La oficina era un auténtico nido de grillos.
El teléfono no paraba de sonar.
Los objetivos laborales eran
dibujados por la planificación de un señor naïf.
Mientras tanto,
a la hora del almuerzo
me escapaba a reconocer
los alrededores
del centro de trabajo.
Campos verdes,
árboles enormes,
escuelas infantiles cerca de un bosque.
Paz, y toda la paz que uno puede encontrar
en los paseos solitarios.
En la soledad, uno se aclara
y empieza a comprender
a este mes que viene cargado
de intensidad.
En esos momentos,
en los que uno está ahí a solas
con el mundo,
uno quisiera que estuvieras al lado
y poderte hablar
sin frenos ni tabúes,
del tiempo, del trabajo,
del amor, de todas las cosas.
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